Estábamos apoltronados un buen día, tomando café de talega, espantándonos los bobitos y recordando las comidas de las mamás y las abuelas, las tortillas de harina, los frijoles maniados y chinitos de manteca, la gallinapinta, el cocido y por supuesto la machaca. Las carnes asadas con nada más que con sal y en carbón de mezquite de a de veras. Discutiendo, cuáles eran los mejores dogos: los de la Uni en Hermosillo, la Náinari en Obregón o la Pesqueira en Navojoa.
Presumíamos, como todo buen sonorense, de las tres cosas de las que mejor nos sale presumir: la buena carne, las mujeres hermosas y el pinchi calorón y recordábamos con cariño los atardeceres y semanasantas en San Carlos y Kino.Añorábamos también las tardes cuando buquis matando cachoras y huicos con el tirador y el tirabichis, o recordando cuando nos íbamos a chirotear enque’l Chicho o el Pancho y nos rompíamos el hocico por un par de catotas que terminábamos regalándole al más morro; agarrábamos mayates pa’ amarrarlos con hilo y traerlos de papalote; corríamos como locos después de tumbar las bitacheras de los tabachines; seguíamos a los fariseos para arremedarlos y tirarles piochas. Ajua!